Por Ignacio Artero
Esta es la historia de una familia que, con intención de participar del Bicentenario, se dirigió a la 9 de Julio para compartir con otros muchos compatriotas los festejos oficiales por los 200 años de la patria.
Eran las 4.15 cuando los cuatro integrantes de la familia Artero tomaron el colectivo 47 rumbo a Chacarita. Debido a que el pasaje en los transportes públicos era gratis, el colectivo estaba lleno y tuvieron que viajar parados. Ya en Chacarita, decidieron tomar el subte.
Bajaron las escaleras hasta ver la multitud que intentaba subir al subterráneo. Con esa imagen, desecharon la idea de llegar al centro mediante ese transporte y empezaron a buscar algún otro medio que los acercase a su destino. La mamá, con experiencia en viajes dentro de la ciudad de Buenos Aires, recomendó ir con el colectivo 135. Después de discutir con el padre, que tenía dudas acerca del intineraraio del colectivo, se aceptó la idea de la madre.
A diferencia del 47, la unidad del 135 estaba totalmente vacía salvo por un único individuo. Después del viaje, que se hizo largo por la gran cantidad de autos que transitaban la zona, bajaron en la plaza Miserere. Había mucha gente, que caminaba en todas direcciones. Algunas se dirigían al centro y otras, en cambio, se volvían.
Observando la inmensa multitud, las caras de los cuatro integrantes de la familia, no demasiado adepta a los conglomerados humanos, mostraron el disgusto por la situación. Bajaron al subte y junto a la escalera mecánica, una chica les aviso que el servicio venía con demora y totalmente lleno. Volvieron sobre sus pasos, y otra vez se vio un clima de dudas.
Decidieron esperar un poco, para ver si se descongestionaba el transporte. Después de unos quince minutos intentaron de nuevo poder viajar. Pudieron bajar y solamente esperaron otros quince minutos, para decidir irse a su casa. Muy fastidiados, subieron otra vez a la plaza, y empezaron a buscar algún modo de volver.
Optaron por el colectivo, que los encontró haciendo muchos chistes, al estilo del “Que bueno el Bicentenario” pronunciado por el mayor de los hijos, a esa altura ya jocoso, que no dudó en ironizar sobre la organización familiar para llegar a los festejos.
De nada sirvieron los esfuerzos del padre, que tuvo intensiones de volver al centro. La negativa de su familia no dejó lugar a dudas. Ya que estaban muy cansados –argumentaron- como para intentar un nuevo acercamiento. Como consuelo les queda haber sido parte del clima festivo que celebró el Bicentenario, aunque más no sea desde la periferia.
Esta es la historia de una familia que, con intención de participar del Bicentenario, se dirigió a la 9 de Julio para compartir con otros muchos compatriotas los festejos oficiales por los 200 años de la patria.
Eran las 4.15 cuando los cuatro integrantes de la familia Artero tomaron el colectivo 47 rumbo a Chacarita. Debido a que el pasaje en los transportes públicos era gratis, el colectivo estaba lleno y tuvieron que viajar parados. Ya en Chacarita, decidieron tomar el subte.
Bajaron las escaleras hasta ver la multitud que intentaba subir al subterráneo. Con esa imagen, desecharon la idea de llegar al centro mediante ese transporte y empezaron a buscar algún otro medio que los acercase a su destino. La mamá, con experiencia en viajes dentro de la ciudad de Buenos Aires, recomendó ir con el colectivo 135. Después de discutir con el padre, que tenía dudas acerca del intineraraio del colectivo, se aceptó la idea de la madre.
A diferencia del 47, la unidad del 135 estaba totalmente vacía salvo por un único individuo. Después del viaje, que se hizo largo por la gran cantidad de autos que transitaban la zona, bajaron en la plaza Miserere. Había mucha gente, que caminaba en todas direcciones. Algunas se dirigían al centro y otras, en cambio, se volvían.
Observando la inmensa multitud, las caras de los cuatro integrantes de la familia, no demasiado adepta a los conglomerados humanos, mostraron el disgusto por la situación. Bajaron al subte y junto a la escalera mecánica, una chica les aviso que el servicio venía con demora y totalmente lleno. Volvieron sobre sus pasos, y otra vez se vio un clima de dudas.
Decidieron esperar un poco, para ver si se descongestionaba el transporte. Después de unos quince minutos intentaron de nuevo poder viajar. Pudieron bajar y solamente esperaron otros quince minutos, para decidir irse a su casa. Muy fastidiados, subieron otra vez a la plaza, y empezaron a buscar algún modo de volver.
Optaron por el colectivo, que los encontró haciendo muchos chistes, al estilo del “Que bueno el Bicentenario” pronunciado por el mayor de los hijos, a esa altura ya jocoso, que no dudó en ironizar sobre la organización familiar para llegar a los festejos.
De nada sirvieron los esfuerzos del padre, que tuvo intensiones de volver al centro. La negativa de su familia no dejó lugar a dudas. Ya que estaban muy cansados –argumentaron- como para intentar un nuevo acercamiento. Como consuelo les queda haber sido parte del clima festivo que celebró el Bicentenario, aunque más no sea desde la periferia.